🧳🍪 Museos, ferias y galletas: El turismo cultural a través de lo dulce
- GERMÁN CAMOU GARCÍA
- hace 2 días
- 2 Min. de lectura
Cuando hablamos de turismo cultural, solemos pensar en museos, sitios históricos, artesanías y espectáculos folclóricos. Pero hay una dimensión que muchas veces se subestima y que, sin embargo, tiene el poder de contar tanto o más que una pintura: la repostería local. En especial, las galletas, esos dulces de mano que encierran siglos de tradición, identidad regional y creatividad.

Sí, hay museos dedicados a galletas. Hay ferias internacionales que giran alrededor de ellas. Hay rutas turísticas en las que cada parada es un horno, y cada receta, una cápsula del tiempo. Porque donde hay una galleta típica, hay una historia que vale la pena probar.
En Bélgica, por ejemplo, la tradición de las speculoos —galletas especiadas, firmes, con figuras grabadas— se celebra en festivales navideños, tiendas patrimoniales e incluso en recorridos que conectan panaderías centenarias con leyendas medievales. En algunas ciudades, puedes visitar talleres donde aprendes a tallar los moldes de madera que dan forma a estas galletas históricas.
En Alemania, el famoso Lebkuchen, una especie de pan de jengibre en forma de corazón, está presente en casi todas las ferias populares. No solo se come, se regala con mensajes escritos a mano, se cuelga como souvenir, se comparte como gesto romántico. Estos dulces no son solo parte del menú: son un idioma festivo propio.
En México, aunque las galletas no suelen ocupar el foco principal del turismo gastronómico, cada vez más espacios buscan rescatar la repostería tradicional. Desde los polvorones de colores en ferias patronales, hasta las galletas de nata vendidas en carreteras o pueblos mágicos, estos productos cuentan historias regionales con identidad única. ¿Y qué decir de las galletas decoradas del Día de Muertos? Cada una es una pequeña obra de arte con mensaje espiritual y cultural.
Además, han surgido museos dedicados a la repostería y los dulces, como el “Museo del Chocolate” en Barcelona o el “Museum of Ice Cream” en Nueva York, donde los postres (incluidas las galletas) se convierten en experiencias sensoriales y visuales para toda la familia. Estos espacios han transformado lo gastronómico en algo interactivo, donde el turismo se convierte en juego, sabor y aprendizaje.
Otro fenómeno interesante es el de los souvenirs comestibles. En lugar de llaveros o camisetas, cada vez más turistas buscan llevarse a casa una caja de galletas locales. El empaque, la historia detrás del sabor, la posibilidad de compartirlo con alguien más, hacen que ese recuerdo sea mucho más que un antojo: es una forma de prolongar el viaje.
Y no podemos olvidar a los talleres turísticos de repostería, cada vez más comunes en ciudades pequeñas y destinos culturales. Allí, el visitante no solo compra una galleta… la hornea, la decora, la personaliza, la entiende. Aprende que una receta es un fragmento vivo de una comunidad.
En resumen, el turismo cultural está ampliando su definición, y la repostería —especialmente las galletas— tiene un lugar protagonista en esta nueva narrativa. Porque viajar no es solo mirar… también es probar, compartir y saborear la identidad de un lugar en cada mordida.
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